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ALMA POCHTECA








Hace siglos, un grupo de peregrinos iban en busca de un sitio prometido por su dios principal Huitzilopochtli, el cual sería reconocido por ellos por tener un águila devorando una serpiente parada sobre un nopal, rodeado de un gran lago. Ellos eran los mexicas. Al llegar al actual valle de México, vieron esa señal inconfundible y se asentaron ahí aproximadamente desde el año 1325.

Eran una cultura nueva que tenían dioses y costumbres distintas, pero especialmente, tenían algo que los diferenciaba de los demás grupos existentes alrededor del lago: los mexicas eran expertos exploradores, su vida nómada les dio por generaciones un profundo conocimiento geográfico y tenían bien ubicado donde existían la obsidiana y el jade, donde se daba el cultivo de algodón, el trabajo de la piedra, la presencia u ausencia de grupos militares en las poblaciones.

Habían podido estudiar a muchos pueblos por los que cruzaron, su patrimonio, sus costumbres y sus defensas. Aunque se asentaron definitivamente en el islote señalado por Huitzilopochtli, la actividad de los mexicas no dejaría de ser caminante, exploradora, arrojándose a conquistar la distancia. En 1338, un sector de la población mexica decidió mudarse a un sitio cercano, y quedaron fundadas dos ciudades prehispánicas por la misma cultura: México-Tenochtitlan y México-Tlatelolco.

La primera se enfocó a buscar el poder extendiendo su dominio sobre la geografía más rica y de abundante patrimonio. La segunda se desarrolló basada en el intercambio comercial. Desde ella salían los pochtecas (comerciantes en náhuatl) cargando toda la diversa producción local en piedra, palma, cerámica o barro.










A Tlatelolco llegaban otros pochtecas de diferentes regiones para ofrecer su mercancía, arte plumario, ropa de algodón, animales, hierbas curativas, etc. Contaban con bodegas para almacenar sus productos.





Los pochtecas eran protegidos por el dios del viajero y el comerciante, Yacatecutli, el cual entre sus accesorios tiene un bastón para caminar y un atado a su espalda en señal de carga. Su nombre viene del náhuatl “yacatl” que significa nariz, punta, delante y “tecutli” que es dios. No es que esta deidad fuera de nariz prominente, sino que va adelante, va a la punta, es decir, “el que guía”.


Cuando el calendario ritual indicaba que una fecha era propicia para lanzarse al viaje comercial, vaciaban sus bodegas, probablemente las rentaban a los comerciantes que llegaban, y se iban en busca de clientes, arriesgando su carga y su patrimonio al internarse en rutas incluso de territorios enemigos, en donde muchas veces eran bien recibidos, se admiraba su capacidad de hablar diferentes lenguas y se les reconocía su labor de intercambio que fomentaba relaciones entre los pueblos. Llegaron a adoptar ropas y costumbres a modo de congraciarse con sus anfitriones. Eran perfectos embajadores y daban comprobación de que los grupos humanos comparten más de lo que difieren, y que cuando el arte de uno se concentra en piezas, obras o servicios de buena calidad, las diferencias ideológicas, políticas, de lengua e incluso de dioses, son superadas por el puente que construyen el comercio y el encuentro personal. Se acompañaban de artesanos por si había que adaptar un objeto según los deseos de un cliente, también de curanderos que pudieran atender al grupo de pochtecas e incluso ofrecer su servicio al pueblo que fueran, ya que las plantas curativas de una región pudieran no ser conocidas y aprovechadas en otro lugar.

La maravilla de lo diverso no solo brillaba en lo decorativo, sino que impactaba hasta en la salud. Los pochtecas acudían en fechas festivas a mercados distantes y no pocas veces hicieron función de espías, de manera que al regresar a sus ciudades de origen, platicaban lo visto en tierras lejanas. Por supuesto que algunos perdieron la vida en esos recorridos, por enfermedad, accidente, guerra, o por subestimar territorio enemigo. En un sentido ritual, muchas veces el cordón umbilical de un recién nacido se encargaba a estos pochtecas para que lo enterraran en tierras lejanas, en símbolo de una conquista futura cuando el niño se hiciera guerrero. La labor del pochteca y los mercados antiguos de México, son nuestra herencia y quedaron plasmados en los coloridos murales de Diego Rivera en el Palacio Nacional.

Con la llegada de los españoles, hubo una tremenda crisis que divide la historia nacional en antes de la conquista y después de ella. Las fiestas prehispánicas se dejaron de realizar, las deidades cambiaron, los alimentos se mezclaron, la lengua original quedó sojuzgada, y la cultura se transformó profundamente. Lo que no cambió es la esencia del hombre, su curiosidad por las novedades, su ánimo de conocer lo que hay en otros lugares, su espíritu por honrar lo que considera sagrado y por premiar al que destaca.


Nuevas fiestas patronales, otras plantas, otras industrias, todo se contagio de lo otro. Antes no había animales de tiro, por lo tanto no había carretas ni caminos apropiados para que éstas transitaran. Urgía un desarrollo tecnológico, pues el mercado de compradores y la corona anhelaban recibir las riquezas que salían de Nueva España.








Un visionario hombre de negocios y de fe, Sebastían de Aparicio, consiguió que al menos sus trabajadores indígenas obtuvieran el permiso oficial de montar caballos. El entendimiento entre los nuevos jinetes y estos animales, dio nacimiento a la charrería, que ha sido deporte, espectáculo, profesión y empleo. Se comenzaron a fabricar carretas para transportar minerales desde el Bajío hasta Veracruz y poderlos embarcar. Sebastián de Aparicio patrocinó esos primeros caminos uniendo los puntos de explotación minera con el puerto.

El comercio adquirió enormes dimensiones y los antiguos pochtecas aprovecharon todo este desarrollo. Españoles, criollos e indígenas participaban de encuentros, amoldándose unos a otros, generando una nueva cultura, plasmada en el arte, la gastronomía, el vestido, y las costumbres de esa época.



Los compradores demandaban los productos de los que habían escuchado, era preciso atender esas necesidades. Nuevas expediciones iban a explorar el norte y nadie mejor para guiarlos que los viejos pochtecas. El tianguis continuó instalándose, a veces fijo y otras ambulante, algunas veces anual como cuando llegaba la Nao de China a Acapulco cargada de productos orientales, y lista para llevar las novedades comerciales novo-hispanas al oriente.




Poco a poco comenzaron las exposiciones ganaderas y agrícolas, el hospedaje creció como una actividad económica, el incipiente concepto de recinto ferial dejó de ser la plaza principal y se formaron espacios más complejos y cuidados.

Los grupos afines de gobierno y comercio comenzaron a realizar encuentros regulares, realizando asambleas, y de ser en las casas de los gobernantes, pasaron a ser en lujosos centros como casinos, incluso militares o navales. Los gremios fueron buscando especialización, y los maestros visitaban centros de trabajo donde se enseñaban oficios como los que desarrolló Miguel Hidalgo en su región. La independencia demandó encuentros de carácter político y muchas veces militar, exigiendo que en vez del saqueo, un poblado pudiera repentinamente atender a cientos de personalidades o a batallones enteros. Comida, hospedaje y entretenimiento estaban a la orden. Más adelante, en el Porfiriato las demandas se orientaron hacia Europa y Francia, que era el centro de la moda, desde ropa hasta arquitectura era deseado tenerlo aquí, al alcance de la mano.

En una exposición industrial en Alemania se mostró una construcción, la cual fue comprada por un mexicano, y trajo a México por barco la estructura ferial, la cual se armó en la ciudad de México entre 1903 y 1905. Alojó el museo de historia natural y luego se llamaría Museo del Chopo.




(Desde entonces ahí se han dado talleres, conferencias, conciertos, danza, se le han dedicado canciones y hasta se han filmado películas. Aunque tiene un espíritu eminentemente cultural, el lugar sigue operando como una excelente opción para el turismo de reuniones).

Diferentes grupos de extranjeros fundaron casinos, organizaron clubes hípicos, de fútbol, y el deporte se convirtió también en un atractivo que generaba desplazamientos y requería instalaciones apropiadas. Los científicos y la élite del momento inauguraban exposiciones, dictaban seminarios, las ciudades recibían más y más visitantes, y el desplazamiento impactó hasta en matrimonios de gente de distantes provincias entre sí.




La política y los movimientos sociales antes y después de la Revolución, dieron lugar a congresos del proletariado, a convenciones políticas como la de Aguascalientes, y a usar medios masivos de transporte como el ferrocarril.




En esa guerra, hasta los vagones de carga se usaron para transportar a la tropa. El desarrollo ferrocarrilero comenzó en México en 1837, fue enorme su auge durante el Porfiriato, y curiosamente muy aprovechado durante la Revolución que buscaba entre otras cosas, derrocar al mencionado gobernante. (El uso del ferrocarril llegó a tener un significativo impacto en el turismo nacional, pero en el sexenio de Ernesto Zedillo, fue privatizado, y ahora solo hay el recuerdo de dicha opción de viaje, salvo en apartados y selectos sitios del país. Quizá el más espectacular que aún funciona es el de las barrancas del Cobre.)




En 1911, Francisco Madero se convirtió en el primer presidente del mundo en viajar en avión, realizando un corto vuelo de 12 minutos, que derivó en su decisión de mandar capacitar a cinco jóvenes como pilotos (entre ellos los hermanos Juan Pablo y Eduardo Aldasoro) y la compra de dos aviones. Una experiencia tecnológica y de modernización para el país.


En 1921 se creó la Compañía Mexicana de Aviación y ese año fue el primer aterrizaje en el área del Aeropuerto de la ciudad de México. En 1931 fue inaugurado oficialmente el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México.

En 1952 abrió sus puertas el Auditorio Nacional en un terreno cedido por el Presidente Alemán para el desarrollo de la equitación, luego de que un General ganara medalla de oro en los juegos olímpicos en esa disciplina.



Ese año ahí se desarrolló la 35 reunión anual de Convención Mundial de la Asociación Internacional de Leones. Dos años después fue sede de los partidos de básquetbol y voleibol de los Juegos Centroamericanos.

En 1955 ahí se presentó la Feria Internacional Textil del Vestido y tuvieron lugar competencias de los Juegos Panamericanos.



El deporte nuevamente fue el motor originario para crear otro centro muy importante, y para 1968 se inauguró el Palacio de los Deportes, que sería una sede de varias para los juegos olímpicos. Desde entonces ha alojado grandes ferias, (una de gran renombre y memoria es la feria del Hogar), exposiciones, congresos, convenciones, conciertos e infinidad de eventos más.


El fútbol tuvo su edición máxima del torneo mundial de 1970 en la ciudad de México, para lo cual se construyó el famoso Estadio azteca, el tercero más grande del mundo, y que además de ser recinto futbolístico, ha sido centro de convenciones, de espectáculos, de asambleas religiosas, políticas, comerciales, y de infinidad de eventos que entran dentro de la clasificación del turismo de reuniones.


Otra vez el deporte hace su aparición cediendo terreno a turismo de reuniones, y en 1993 el Autódromo Hermanos Rodríguez transforma el área de la curva peraltada para que ahí se presente un concierto de Madonna. Luego vinieron artistas como Paul McCartney, Pink Floyd y The Rolling Stones, y el éxito de estos eventos fue suficiente para que se decidiera convertir esta zona del autódromo en lo que conocemos como el Foro Sol.

En estos recintos, como en otros de la ciudad, se dieron a lo largo de la historia de la segunda mitad del siglo XX, una serie de eventos enormes, con gran afluencia, y esto demandaba una capacidad de reacción de buen nivel para atender tanto a los exponentes como a los visitantes. Ramos como: hotelería, banquetes, transportación, casa de decoración, imprentas para invitaciones, comerciantes, traductores, guías de turistas, publicistas, todo un mundo que avanzaba en el servicio profesional para organizar eventos y atender a los participantes.



Tanto políticos, militares y empresarios, diseñaron una interesante manera de reconocer esfuerzos: una estancia en el extranjero para premiar esfuerzos. Los estudiantes disfrutaron de esos beneficios también, un ejemplo es el becado Diego Rivera que pudo ir a estudiar a París. Allá conoció a David Alfaro Siqueiros, que en el futuro sería el más activo muralista en el terreno político, siete veces fue encarcelado, y de él se tiene, entre otros, el mural más grande del mundo (con 2,400 metros cuadrados), llamado “La Marcha de la Humanidad” en un espacio único para eventos de Turismo de Reuniones, el Polyforum Cultural Siqueiros, inaugurado en 1971, que cuenta con un foro universal, galerías, teatro y una diversidad de espacios que desde su inauguración en los tempranos setentas ha servido para Eventos de tipo:



Empresarial (convenciones, seminarios, conferencias, lanzamiento de productos, desfiles)
Político (convenciones, sesiones de partido, reuniones de trabajo, simposios, asambleas)
Privado (bodas, comidas, presentaciones, juntas de trabajo)
Cultural (presentaciones de libros, conciertos, teatro y danza)
El hotel que se construyó a su lado, el Hotel de México, nunca operó como tal, y luego de dos décadas (70s y 80s) de ser un edificio casi inútil, en 1995 abrió sus puertas bajo el nombre de World Trade Center para alojar exposiciones, conferencias, congresos, asambleas, convenciones, y un sinfín de eventos artísticos, culturales y comerciales. Actualmente su Centro Internacional de Exposiciones y Convenciones recibe anualmente 2.5 millones de personas en más de 80 exhibiciones diferentes.


Con el crecimiento de las relaciones internacionales, la recepción de inmigrantes europeos durante las guerras mundiales y la revolución española, el país recibió gente muy diversa que demandaba nuevos servicios, comida kosher para diplomáticos y comunidades judías, nada de puerco en banquetes con delegaciones árabes, hospedaje adecuado para las personalidades.

El espectro comercial del pochteca se multiplicó en necesidades y posibilidades, requiriendo especializar a los trabajadores y los recintos. Nuestro país es heredero de grandes culturas de comerciantes, que han sabido unir el interés de la gente, satisfacer su curiosidad, sus necesidades fuera de casa, y tener éxito a través del intercambio de bienes y servicios, con sorprendentes espectáculos, coloridas fiestas, deliciosos banquetes, interesantes seminarios, acalorados congresos, memorables convenciones, e inolvidables viajes que incentivan a continuar el desarrollo profesional de los participantes.

Los nuevos pochtecas cuentan ahora con más recintos, certificaciones, información, medios de transporte, hospedaje, tecnología, especializaciones y temas para unir grupos afines. Sigue siendo un medio en el que se arriesga, se invierte, se viaja, se busca sorprender con fantásticas novedades, y los bienes y servicios ofrecidos deben satisfacer con su alto nivel.



Nada de esto hubiera sucedido en nuestra historia si no fuera por el espíritu pochteca de naturaleza viajera, excelente anfitrión y generoso huésped, admirable poliglota, respetuoso de las diferencias culturales.
El Turismo de Reuniones es el ámbito actual en el que el espíritu pochteca desarrolla su potencial continuando su labor de crear puentes entre culturas, dar cohesión a los grupos afines, y colmar de detalles novedosos al visitante.

Vivan los pochtecas del México actual.